Entrevista a Yayo Herrero
Yayo Herrero (Madrid, 1965) es antropóloga, profesora, escritora y activista ecofeminista entre otras muchas cosas.
Hay cada vez más fuga de las ciudades a zonas rurales, ¿responde esto a un agotamiento sobre el estilo de vida que empieza a generalizarse?
Creo que se mezclan cosas diversas. Por una parte, la vida en muchas ciudades es cada vez más hostil. Los precios de la vivienda, de la alimentación u otros bienes básicos hacen que los niveles de precariedad crezcan enormemente. Por otra parte, la ciudad secuestra cantidades enormes de tiempo. La palabra que más escuchas es cansancio y agotamiento. Además, el calor está suponiendo un motivo de expulsión. Para muchas personas supone un motivo de expulsión. La pandemia fue un momento que hizo que muchas personas se preguntasen sobre sus formas y ritmos de vida.
“La crisis ecológica se ha convertido en un actor político con el que no se puede negociar”
La identidad hegemónica de las grandes capitales, ¿acabará asfixiando la diversidad?
Yo creo que las grandes ciudades albergan precisamente una gran diversidad. Puede que esta esté segregada y haya notables diferencias entre barrios, pero me parece que en las ciudades se está dando un proceso de diversificación humana enorme. Otra cosa es que no siempre se resuelva bien y que asistamos a la emergencia de violentos discursos que estigmatizan a determinados sectores sociales. Pero en muchos barrios, en los parques, en los medios de transporte, la diversidad bulle y late.
La ecología aparece en la agenda mediática y política con más y más sonido, pero ¿es algo que seguimos mirando de reojo?
En mi opinión, las agendas políticas, económicas y mediáticas ya, nunca más, podrán dejar de hablar de crisis ecosocial. Incendios, sequías, calor, pérdida de cosechas, enfermedad… Durante mucho tiempo se miró hacia otro lado pero ahora ya no se puede dejar de mirar porque se quiera o no, la crisis ecológica se ha convertido en un actor político con el que no se puede negociar. Incluso quienes niegan la crisis climática o energética no pueden dejar de hablar de agua, energía o alimentos. Otra cosa diferente es que las acciones y formas de abordar esta crisis ecológica sean insuficientes y en la mayor parte de las ocasiones claramente erradas. No es que se mire de reojo, es que cualquier acción que realmente aspire a proteger las vidas de la gente en este contexto supone un cambio radical en la organización económica y realizar un esfuerzo de redistribución de la pobreza y de limitar los excesos.
¿Se ocupan realmente los medios de profundizar en el problema y las políticas medioambientales están a la altura?
No mayoritariamente. Hay excelentes medios, pero no son lo de mayor difusión. Y existen ámbitos institucionales en los que se realizan intentos, muchas veces muy perseguidos e incluso judicializados. Pero la mayor parte de los medios y de las políticas ambientales no encaran las raíces estructurales de los problemas y muchas veces se enmarcan en lo que podríamos llamar capitalismo verde. Se proponen cosas que, no solo no resuelven los problemas, sino que pueden acabar agravándolos. Por otra parte, muchas de las medidas carecen de un mínimo enfoque de justicia y profundizan las dinámicas extractivistas y las desigualdades.
“Hay posibilidad para construir una vida justa en común pero el punto de partida no puede ser asegurar la riqueza de unos cuantos”
¿Puede nuestro país ser un referente en ciertas materias climáticas o está en pañales en Europa (o Europa con él)?
El Estado español podría y debería realizar una transición ecológica justa. A mí personalmente no me importan tanto ser o no referente, sino emprender cuando antes la construcción de un proceso que se comprometa con la garantía de condiciones dignas de existencia para todas las personas (vivienda, alimentos de calidad, agua, energía, cuidados) en un contexto material de decrecimiento en el uso de minerales y energía. No tengo la sensación de que ese sea el abordaje en este momento y me preocupa. Se sabe hacia donde caminar pero hay miedo a explicar y compartir el camino que habría que emprender, a pesar de que hacerlo es la única forma de garantizar la posibilidad de vida decente a quienes viven ahora y a quienes lo harán en el futuro. Creo que, a veces, cuando se habla de convertirse en referente, se piensa más en como ponerse a la cabeza de los sectores económicos verdes. Si la sostenibilidad de las vidas concretas tiene que pasar porque algunos sectores económicos tengan las beneficios que ambicionan, muchas vidas se van a ver precarizadas y abandonadas. Hay posibilidad para construir una vida justa en común pero el punto de partida no puede ser asegurar la riqueza de unos cuantos.
“Nunca nada de los que se consiguió en términos de derechos se hizo sin organización y acción política”
¿Siente que todo lo conseguido es frágil y que en cualquier descuido (por las políticas de turno) puede desaparecer o se siente confiada en que tal retroceso no puede ocurrir?
Creo que dependerá del movimiento que logremos crear. No creo que las cosas se vayan a conseguir solo en las instituciones, aunque la política pública me parece importante. Pero es obvio que la llegada de la ultraderecha a algunos gobiernos locales está revirtiendo, de forma ridícula, algunos de los logros conseguidos y están dejando sin recursos procesos que sería muy importante acometer. Si se retrocede en protección del territorio, de la biodiversidad , del agua o de la adaptación al cambio climático, el resultado será muy desfavorable, sobre todo para las personas más empobrecidas, que disponen de menos recursos para revertir algunos de los principales daños de forma individual. Es obvio que logros como la sanidad pública se están fragilizando. No digamos el deterioro de la democracia, de las libertados o la quiebra de los Derechos Humanos. Nunca nada de los que se consiguió en términos de derechos se hizo sin organización y acción política. Por ello, y precisamente en este momento, no se puede bajar la atención y el activismo.
Decía en una ocasión: “Somos seres ecodependientes e interdependientes sujetos a los límites de la tierra y vulnerables”, ¿acaso estamos generando un espejismo en el que todo parece del revés?
Ese es justo el pecado original de nuestra cultura, la occidental. El de haber creado una cultura que se cree que puede vivir sin naturaleza, que no es consciente de los límites ya superados, que sueña con que la tecnología resuelva los problemas que ella misma ha creado. Es una cultura que le ha declarado la guerra a la vida. La vida humana es vulnerable y necesitada de alimento, de agua, de cuidados, de energía… y todas esas cosas dependen de la naturaleza y de otras personas. Lo que llamamos crisis ecosocial es a la evidencia de que no es posible vivir por fuera y por encima de la naturaleza y de nuestros propios cuerpos, y de que haber intentado vivir como si esa fantasía fuese una realidad conduce a los seres humanos a una situación de riesgo extremo.
“Es preciso, darle la vuelta al sistema alimentario y construirlo sobre la agroecología, cuidando el bienestar y condiciones de vida de quienes producen”
Hablemos de lo básico, ¿es alimentarse bien un derecho al que cuesta acceder? ¿Cómo podemos transformar ese escenario con el que nos topamos en el que toda la cadena se concentra en las mismas manos?
Cuesta acceder a una alimentación suficiente, saludable y de calidad. Tenemos sectores de población con importantes problemas para mantener una nutrición adecuada. Resulta fundamental dejar de considerar el alimento como una mercancía que es gestionada por poderes económicos que no tienen como principal interés que la gente coma bien, sino ganar dinero. Es preciso, darle la vuelta al sistema alimentario y construirlo sobre la agroecología, cuidando el bienestar y condiciones de vida de quienes producen y garantizando formas de distribución que no permitan el acaparamiento, el abuso en los precios y que faciliten una distribución cercana y asequible.
¿Qué hemos cambiado en la ley del pez diminuto que es devorado por el pez gigante (extrapolado a nuestro neoliberalismo crónico)?
La alimentación se ha convertido en un negocio que requiere enormes cantidades de energía y materiales. Muchos territorios son arrasados por los monocultivos y quienes producen los alimentos lo hacen, muchas veces en condiciones de extrema precariedad. La distribución es acaparada por pocas transnacionales que sacan tajada explotando a productores y productoras y dificultando el acceso a los alimentos de calidad. Repensar el modelo y apostar y apoyar a las iniciativas que experimentan y constituyen laboratorios de experiencias es muy importante.
¿Empieza a equilibrarse el peso de los cuidados que siempre han recaído en la mujer?
Va por barrios. Indudablemente tenemos compañeros que se van incorporando corresponsablemente a las tareas de cuidados. Pero éstas siguen estando muy feminizadas. Es preciso desfeminizar los cuidados y entender que todas las personas e instituciones han de hacerse cargo de ellos. Es una responsabilidad social. No solo de mujeres.
Vivimos otro conflicto, el que se establece entre cultura y el poder que censura, ¿qué cabe esperar?
Según se profundiza la crisis, la represión aumenta de forma exponencial. Los y las activistas del cambio climático o las personas de, por ejemplo, Futuro Vegetal están viendo como se incrementa la represión. Sucede igual en otros países. Es muy importante reformar las dinámicas activistas y comprender que cada vulneración de libertades es un riesgo para todos y todas. Nos hace falta mucha más organización.
En su último libro, “Toma de Tierra”, aborda la dignidad de las personas que deben volver a situar la vida en el centro o de un planeta desbordado que no da más de sí, ¿estamos en el zenit de la crisis?
La crisis, que venía de antes, se está haciendo mucho más visible y evidente. En algunos lugares, los más desfavorecidos, la vida se hace ya muy difícil (basta con pensar en Gaza, en los 58ºC de Brasil, en las consecuencias de la tormenta Daniel en Libia y Grecia o en la posibilidad de que haya que llevar agua en barcos a Catalunya u otros lugares del Estado español.) Suena tremendo decirlo, pero esto no es el punto álgido de la crisis. Las cosas se pueden poner muy mal y, por eso, teniendo ideas bastante aproximadas de lo que deberíamos hacer (asumir el decrecimiento material, garantizar lo suficiente como un derecho para todas, limitar los excesos para quienes consumen más de lo que les corresponde, repartir y distribuir y situar el mantenimiento de todas las vidas como prioridad), es bastante estúpido no hacerlo. También, afortunadamente, cada vez son más las personas que intentan explorar otros modos de ser y estar en este planeta. Es preciso hacer crecer y asentar ese movimiento.
Carmen Serrano / Periodista